Relataba un amigo hace pocos días, la cara de asombro de una de sus asistentes cuando le comentó que hace no tantos años no existían los cajeros automáticos.
Quienes contamos ciertos lustros recordamos la aparición de los primeros “celulares”: especie de Tomo I y II de la Enciclopedia Espasa Calpe que se transportaba al hombro en incómodos valijines. Era en ocasiones necesario colocarse en la posición de “la garza que canta boleros” junto a un poste de alumbrado público que actuara a modo de antena y ampliara la señal. Ser propietario de un teléfono fijo requería más paciencia que Gandhi y caso contrario se dependía de casillas públicas mayormente distantes y destrozadas.
Quienes contamos ciertos lustros recordamos la aparición de los primeros “celulares”: especie de Tomo I y II de la Enciclopedia Espasa Calpe que se transportaba al hombro en incómodos valijines. Era en ocasiones necesario colocarse en la posición de “la garza que canta boleros” junto a un poste de alumbrado público que actuara a modo de antena y ampliara la señal. Ser propietario de un teléfono fijo requería más paciencia que Gandhi y caso contrario se dependía de casillas públicas mayormente distantes y destrozadas.
Comunicarnos es hoy algo tan sencillo que hemos incorporado a nuestro vocabulario una cantidad de palabras impensadas. No solo telefoneamos, sino que chateamos, tuiteamos, bloggeamos, mensajeamos, meiliamos, para informar y mantenernos informados minuto a minuto que están haciendo nuestros conocidos en los momentos y lugares más insólitos y tal vez inapropiados.
Hacia 1990 la WWW nos invadió y hoy todos (me incluyo en las generales de la ley) podemos ser nuestros propios editores. Hay que decir, hay que informar, no importa lo que se diga ni la calidad de la información y aún cuando gran parte de estos discursos sean superfluos nadie se encuentra dispuesto a guardar silencio.
Las artes visuales parece no estar ajenas a este fenómeno de hiperlalia y no solo es el punto de la producción artística multiplicada infinitamente al compás del surgimiento de nuevos centros culturales y pequeñas galerías, sino la proliferación de textos y espacios críticos y curatoriales que fundamentan esta nueva producción. Apelando a un término de la web, podríamos denominar a este fenómeno “arte-twitter”: “A global community of friends and strangers answering one simple question: What are you doing?”
Sobra el decir que el tiempo decantará los posos y de todo este apabullamiento de imagen quedará aquello que resista el análisis crítico de la historia del arte.
Mientras tanto, los árboles no permiten ver el bosque.
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